Por Marcos Ros-Martín
Henri Cartier-Bresson (1908-2004) puede aparentar ser un mero fotógrafo de iniciación. De hecho, todo fotógrafo comienza admirando e inspirándose en su obra, fascinado por sus líneas, la gracilidad de sus composiciones, aparentemente sencillas y directas. Sin embargo, Cartier-Bresson (HCB) es un fotógrafo de amplia profundidad, mostrando a lo largo de su carrera un compromiso consigo mismo, pero a la vez mutando y cambiando; reflexionando sobre su trabajo y reenfocándose según su estado de ánimo.
La retrospectiva de su obra en la Fundación Mapfre (junio-septiembre de 2014) recoge una buena cantidad de fotografías que, afortunadamente, son copias de época. Fotografías, la mayoría amarillentas, otras cuarteadas; que también muestran la visión del propio fotógrafo tras el cuarto oscuro donde realmente se mide el pulso de una fotografía. Hay que señalar que a HCB nunca le interesó en exceso el trabajo de laboratorio, al contrario que otros grandes fotógrafos como por ejemplo Ansel Adams, sino le interesaba más el momento del disparo, ese «instante decisivo», por lo que en la exposición se muestren fotografías positivadas por el propio Bresson es un punto muy positivo para el comisario de la misma.
El instante decisivo de HCB, libro homónimo que publicaría en 1952, ha marcado una manera de entender la Fotografía, casi convertido en una obsesión por buena parte de los amantes de ella, pero sobre el que HCB construyó su obra. Sin embargo, es durante los años 70, momento en que HCB se vuelve más íntimo e introspectivo, cuando se comienza a criticar esa obsesión fotográfica y a ser ampliamente contestada. Sin embargo y a pesar de que HCB es uno de los baluartes de esa búsqueda del momento irrepetible y único fotográficamente hablando, no todo HCB busca ese instante y por ello su obra no deba circunscribirse a ese concepto, aunque se enmarque dentro de él aunque sea decisión de su autor.
Empezando con el surrealismo al que se traslada por su admiración por Eugène Atget (1857-1927), la fotografía reflexionada que nos ofrece Bresson en su serie de erotismo velado, no sencilla de asimilar y que sin embargo muestra un HCB que apuesta por la fotografía en contraposición por el dibujo y la pintura, arte que ejercería en sus inicios. Es una apuesta decidida que corre paralela con el propio movimiento pictórico, demostrando que HCB no es ajeno al arte primohermano de la fotografía. Sin embargo, los convulsos años 30 que devendrían en la Segunda Guerra Mundial, comienzan a transformar a HCB y a su fotografía cada vez más comprometida. De las personas dormidas, HCB salta a los vagabundos y la denuncia social, de ahí a la crítica más profunda del establishment del que hizo gala en la coronación del rey Jorge VI.
Sitiéndose próximo al comunismo, comienza a colaborar con publicaciones de izquierda que lo trasladarán al fotorreportaje y al fotoperiodismo. Empezada la Segunda Guerra Mundial, HCB se embarca en el ejército francés y acaba preso. Pero la agencia Magnum comienza a gestarse ya antes junto a Robert Capa (1913-1954) y David Seymour “Chim” (1911-1956). HCB se encuentra dispuesto a comprometerse nuevamente con el fotorreportaje y se marcha a Asia.
Fundamentalmente, retratará los países URSS, China justo en el colapso de la República antes del ascenso de los comunistas y la India. Son veinte años de viajes donde HCB nos ofrece algunas de sus fotografías más famosas. El fotorreportaje también le obliga en ocasiones a huir de esos instantes decisivos y ha reflexionar respecto su fotografía. Por ejemplo, con su serie de la relación de los humanos y los entornos tecnológicos donde se mueven en marcándose dentro del concepto del hombre como extensión de la máquina.
Tras veinte años como reportero, la agencia Magnum ha cambiado y Bresson se siente cansado. Decide reducir su actividad en forma de encargos e impresionado por la transformación de la sociedad francesa de la postguerra acepta su último trabajo amplio retratando todo el país francés en su obra France. Poco a poco, se hace más intimista y empieza disparar por el simple placer de hacerlo. Al final de sus días, acaba alejándose de ese “instante decisivo”, sin embargo prosigue en la búsqueda de la composición perfecta demostrando que la fotografía es un ejercicio intelectual más que un juicio del azar.