Por Marcos Ros
Siempre debería ser justo empezar cualquier cosa con un final. Al fin y al cabo, es lanzar un mensaje de esperanza, como queriendo incidir en el “aquí comienza todo a pesar de las circunstancias.” También es posible de que sea indicativo de que uno no se rinde a pesar del viento y la marea, en la confianza de que una puerta se abra, aunque otra se hubiese cerrado para siempre. El final de mes también es un momento de terror, cuando los saldos bancarios se encuentran más ahogados y comienzan a pedir refresco, cuando las personas comienzan a soñar con otros futuros soñados o productos que hasta ese momento habían parecido inalcanzables, cuando se comienzan a hacer números y se ponen las esperanzas de nuevo en otras cestas.
Sí, definitivamente, es justo comenzar con un final y un mensaje. Cuando todo es mortecino, pero es capaz de transmitir color y luminosidad. Cuando dentro del desastre, aún es posible encontrar un orden. Cuando el abandono no significa quietud, sino más bien al contrario movimiento.
Esta fotografía es del primer año que estuve en Madrid, comenzando de nuevo. Al final, puede que lo importante sea que algo pueda ser capaz de prender aunque sea a través de sus propias ruinas.