El principio de Guido

Por David Cervera

Conviene tener en cuenta y dada la condición de estos tiempos modernos que habitamos, invertir el propósito, desasirse del todo que nos empuja, continuando del mismo modo por ese mundo de no pertenecer, revistiendo pues vaguedades concretas, que pudieran ser simultáneamente decisivas y definitorias.

A mi entender, lo anteriormente citado es certero al personaje Guido de Fellini en 8 ½ , pero seamos sinceros, ni yo soy Mastroianni, ni poseo – lógicamente – el talento arrebatador y magistral del gran maestro italiano, pero sí con el (re)visionado de la película, aprendemos un arte en los terceros, en el que el espectador se ve irremediablemente arrastrado y transportado a un cartón piedra terriblemente sincero, plagado de innumerables detalles y locuciones de lo que va aconteciendo el film.

Asimismo se ofrece un vasto mosaico de imágenes de una agudeza visual pasmosa, donde los intérpretes se suceden abanderando un contexto visual inabarcable. Dada la imposibilidad de ni tan siquiera rozar el realismo natural de Fellini, relegamos nuestra particular visión a conectar con un Marcello Mastroianni que no hace, se limita a no dirigir, a construir un perdedor, un fracasado tremendamente lúcido que ciertamente calla cortésmente, mientras su ojo (el nuestro) se impregna de una obra magna. Podemos decir que aúna medio y fin en un mismo motivo.

Pero, ¿cómo ser entonces un cazador de imágenes desde una perspectiva a la que no estamos acostumbrados? Deberíamos preguntárselo a Fellini. Pero me temo que eso es (ya) imposible.

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