Archivo de la categoría: Diario fotográfico

Atracciones venidas a menos – 30.08.2015

Madrid, 2015
Madrid, 2015

No son especialmente bonitos, ni siquiera te prometen unas grandes vistas, pero les atraen como si fuesen moscas. Los padres resignados puede que accedan a montar al niño sobre el aparato balanceante, de sonidos estridentes, de colores desgastados y con algo de fortuna con alguna luz funcionado que a buen seguro será engullida por la luz de mediodía.

Algunos más elaborados que otros, más ruidosos, se sitúan a la puerta de kioscos y papelerías. Algunos, para recordar que están funcionando, que están ahí al acecho de padres inconscientes, despiertan de vez en cuando, puede que crean que ya han holgazaneado bastante, de su letargo ahogando todo sonido expelido por los coches, por la chiquillería, por los obreros cavando una zanja o por el bar de la esquina y sus risas.

Pero son las doce de un día cualquiera, los niños en el colegio aún tardarán en ocupar las calles. Mientras el caballo mecánico, aunque bien podría tratarse de un coche, un helicóptero un dragón o cualquier cosa que desde una fábrica oriental considerase; se desgañita por hacerse atractivo en una triste esquina, de alguna triste calle, de cualquier triste ciudad, intentando rivalizar con un muro que simplemente, asiste inmutable e imperturbable a su lamentable destino.

Teclas – 24.08.2015

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Madrid, 2013

Mi padre tiene en algún rincón de su casa una máquina de escribir que perteneció a mi abuelo. No es gran cosa. No es una majestuosa Underwood, se trata de una Olivetti grande y pesada, protegida por una gran maleta robusta. Era una máquina simplona con una cinta de tinta desgastada que apenas servía para imprimir sobre el papel. Seguramente, la cinta, ya habrá pasado a mejor vida y se habrá secado para siempre.

Pronto descubrí que me gustó aporrear aquellas teclas y quedarme fascinado por su tipografía mientras las varillas ascendían y descendían rápidamente o incluso lentamente, cuando el dedo meñique me fallaba. Me absorbía la pesadez de cada tecla, cómo martilleaba el papel, cómo de repente las mayúsculas se convertían en minúsculas.

Convencí a mi hermana para escribir un cuento. Se trata de un juego infantil para darle uso a aquel gran juguete que acabábamos de encontrar y que a duras penas podíamos transportar. Empecé a escribir y de vez en cuando algunas personas decían que les gustaba aquello que ponía sobre el papel.

Cuando volví a la fotografía, lo hice fascinado por el sonido del obturador. Una tecla que ascendía un espejo y corría una cortinilla para que pasase la luz. Sin embargo, en la fotografía, me pasaba lo contrario. No hacía (hago) buenas fotos, pero los comentarios displicentes de las personas no me desaniman.

Puede que la desobediencia se encuentre tan dentro de mí, que obvio lo que se me da bien y me esfuerzo en lo que se me da mal. Al final, todo se reduce a darle a un botón/tecla. Puede que seguir aporreando teclas, sea lo que me guste ya haga una cosa u otra (o puede que las dos).

Sinceridad – 27.08.2015

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Barrio El Carmen (Valencia), 2015

¿Con quién debería ser el fotógrafo sincero? ¿Consigo mismo? ¿Con el espectador que visite su imagen? ¿Con un relato conjunto y coral de distintas fotografías? O puede que mucho mejor, ¿debería serlo en algún momento?

Puede que el visitante reflexione si ésta es una fotografía preparada. ¿Conozco a este perro? ¿Me conoce él? ¿Le llamé para que se asomase? ¿Cuánto tiempo estuve esperando hasta conseguir la imagen deseada? ¿Cuántas fotografías tomé de la misma escena? ¿Cuántas borré?

Aunque es probable que no sea necesario saber todo estas circunstancias para disfrutar de la imagen. Puede que el fotógrafo documente, sí, pero ¿debemos ser fieles a la historia o sólo a la fotografía obtenida?

Me temo que, desgraciadamente, esa respuesta sólo puede ser construida y contestada por cada uno mientras construye su camino.

El Yo fotográfico — 16.08.2015

Por Marcos Ros

Madrid, 2015
Madrid, 2015

Como si se tratase del primer recuerdo perdido de la infancia, recuerdo perfectamente cuándo disparé mi primera fotografía. Mi familia estaba de viaje en las islas Baleares y, en un descuido, arrebaté a mi padre su Yashica MG-1 y le disparé sin enfocar y sin encuadrar. Mi padre miraba a su derecha conversando con mi madre, yo al ser más pequeño tengo la cámara en una posición baja, pero, desgraciadamente, la foto salió desenfocada y le corté la cabeza. Un desastre. Sin embargo, hoy en día soy consciente del porqué de aquella foto, retratar a mis padres por el hecho de hacerlo, detener ese instante. Apropiármelo.

Desgraciadamente, esos tempranos impulsos se diluyeron. Imagino que me llevaría una reprimenda, mi madre me aleccionaría sobre el costo de la película, de la poca necesidad a la hora de disparar aquella fotografía. Puede ser que anulase mis primeras ansias a la hora de captar mi entorno. Imagino que lo consiguió en cierta forma y la Fotografía desapareció de mi vida como si nunca hubiese existido salvo las típicas fotografías ocasionales con amigos y familiares.

Pero hay algunas cosas que son inevitables. En 2009, el ascenso de un espejo de una cámara réflex de un amigo me animó a redescubrir un mundo olvidado. Durante muchos años me he estado preguntando porqué volví al principio, el porqué insistí en hacer fotografía desde entonces. No ha sido un camino sencillo puesto que la anulación se autoimponía.

La fotografía es uno de los actos más sencillos y aceptados socialmente. Un acto tan natural que apenas nadie se percata del mismo, se hacen por convención social, por pertenencia a un grupo, por una autosatisfacción personal, por un impulso vital, para recuperar un determinado momento… Sin embargo, nada de ello me definía, no era la razón por la que había vuelto a la fotografía, no era lo mío. No necesitaba exorcizar mis miedos a través de la fotografía, no necesitaba mostrar al mundo la belleza de sí mismo como si la cotidianidad lo hubiese anulado, la necesidad de que todo encaje de forma armoniosa, haciendo de cualquier cosa un momento único. No, no lo necesito, no es mi leit-motiv. Seguía dándole vueltas a aquello de qué soy cuando disparo, qué es lo que me impulsa en última instancia.

El Yo fotográfico es un viaje hacia uno mismo en el que se descubre la necesidad vital a la hora de encuadrar. Puede que esa necesidad no exista realmente. Sin embargo, en mi caso todo era bastante sencillo. Un mero acto de apropiación y de registro social/documental. Poder decir yo estuve allí y tú desconocido estuviste conmigo, en el mismo plano, en el mismo espacio, en el mismo tiempo. Puede que al final por mi torpeza no consiga fijar un momento digno de ser recordado, puede que la luz sea gris, puede que llueva, puede que simplemente el momento pasó y llegué tarde. Pero para mí fue suficiente el creer que yo estuve allí y tú estuviste conmigo.

Fin de mes – 16.08.2015

Por Marcos Ros

Fin de mes
Madrid, 2013

Siempre debería ser justo empezar cualquier cosa con un final. Al fin y al cabo, es lanzar un mensaje de esperanza, como queriendo incidir en el “aquí comienza todo a pesar de las circunstancias.” También es posible de que sea indicativo de que uno no se rinde a pesar del viento y la marea, en la confianza de que una puerta se abra, aunque otra se hubiese cerrado para siempre. El final de mes también es un momento de terror, cuando los saldos bancarios se encuentran más ahogados y comienzan a pedir refresco, cuando las personas comienzan a soñar con otros futuros soñados o productos que hasta ese momento habían parecido inalcanzables, cuando se comienzan a hacer números y se ponen las esperanzas de nuevo en otras cestas.

Sí, definitivamente, es justo comenzar con un final y un mensaje. Cuando todo es mortecino, pero es capaz de transmitir color y luminosidad. Cuando dentro del desastre, aún es posible encontrar un orden. Cuando el abandono no significa quietud, sino más bien al contrario movimiento.

Esta fotografía es del primer año que estuve en Madrid, comenzando de nuevo. Al final, puede que lo importante sea que algo pueda ser capaz de prender aunque sea a través de sus propias ruinas.