Rafael Sanz Lobato

Por Marcos Ros-Martín

“El autor no debe de hablar sobre su obra, sólo escuchar lo que se opine sobre ella.”
Rafael Sanz Lobato (Sevilla, 1932)

La exposición de Rafael Sanz de Lobato (Premio Nacional de Fotografía de 2011) en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid trata de recuperar a uno de los grandes olvidados de la fotografía documental de España haciendo un inventario de su obra que abarca el período 1960 hasta 2008. Positivador de su propia obra, trabajador incansable de la fotografía analógica en blanco y negro y seguidor de la corriente del “instante decisivo”, es un fotógrafo artesano que trata la Fotografía con un envidiable respeto.

«Sevilla» – Rafael Sanz Lobato

La obra de Sanz Lobato está fundamentada en la paciencia. En la paciencia sobre cuándo empezarla, cuándo comienza a tomar cuerpo y cuándo comprenderla. Fotógrafo autodidacta, estudió una carrera mercantil y de peritaje hasta que a los 23 años pudo adquirir su primera cámara fotográfica una Paxette con un objetivo de 50 mm por 1250 pesetas. Siendo tímido, no se encontraba cómodo haciendo fotografía documental aunque buena parte de su obra inicial se centra en ella. Según él, su proceso de aprendizaje se prolongó durante 8 años hasta que pudo entrar en la Real Sociedad Fotográfica en la que formó parte del grupo Colmena que se contraponía al grupo de la Palangana más próximo al régimen Franquista.

«A Parada das bestas» – Rafael Sanz Lobato

Durante este periodo, considera que su producción reseñable se reducía a una o dos fotos por año. Sin embargo, a partir de los viajes que realiza a París o a Génova por motivos laborales y donde encuentra huecos para realizar fotografías, comienza a percatarse de su necesidad de hacer fotografía social. En Madrid, no encuentra motivos suficientes para poder realizar la fotografía que es capaz de realizar en sus viajes al extranjero, por lo que huye de los ámbitos urbanos y comienza a centrarse en el ámbito rural, mostrando una España pobre y profundamente religiosa.

«Viernes Santo en los Bercianos de Alista» – Rafael Sanz Lobato

Es en esta época, en los años 70, cuando realiza sus fotografías en Segovia, Pontevedra o San Sebastián. Gracias a su trayectoria, se le plantea la posibilidad de realizar su primera exposición, posibilidad que nunca había considerado y mucho menos poder vender alguna de sus fotografías. A finales de la década de los 70, decide dedicarse profesionalmente a la fotografía a pesar de que considera que dedicarse a la fotografía publicitaria es una especie de prostitución. A mediados de los ochenta, cansado, descubre que ha abandonado su obra personal, la fotografía documental, por lo que decide aplicarse en el estudio de la densitometría.

«Retrato por Gabriel Cuallado» – Rafael Sanz Lobato

Hacia 1984, gracias a su conversaciones con Jesse A. Fernández, decide simplificar su obra centrarse en la realización de proyectos y a los retratos fotográficos. Es en este momento cuando comienza su estudio de la luz, consciente de que en la naturaleza sólo hay una fuente de luz, considera que sólo es necesario un foco y que sólo es necesario controlarla y rebotarla.

Para Sanz Lobato, en fotografía existen tres profesiones. La primera se centra en la toma, la habilidad de encuadrar y tomar ese momento decisivo, la segunda es el revelado y la tercera la impresión. Sin embargo, no cree que cada una se sitúen en departamentos estancos, puesto que el artista debe de controlar todo el proceso. Durante la toma, el fotógrafo imagina los tonos que quiere obtener en el papel, por lo que un fotógrafo que controle la densitometría puede obtener resultados que no se pueden obtener con programas de edición de imágenes.

Rafael Sanz Lobato

Para ejemplificarlo, señala sus bodegones caracterizados por una luz muy plana. Durante la toma, usa distintos filtros para que la luz llegase lo más diluida, más suave y más deshecha posible. Posteriormente, en el laboratorio realizaba distintos procesos, incluyendo la solarización para obtener el producto final deseado. Un ejemplo de artesanía y de cariño hacia su obra y hacia la fotografía analógica.

Vortografías de Alvin Langdon Coburn

Por David Cervera

No cabe duda que Alvin Langdon Coburn (1882-1966) era un personaje aventajado en su época. Fotográficamente hablando asentó un vuelco a las referencias del movimiento pictorialista al que él mismo había pertenecido (grupo Photo-Secession 1902), dotando a la imagen de una cualidad que gozaba de mayor libertad y honestidad para el autor, un punto de vista netamente subjetivo para el espectador y un distanciamiento evidente de los planteamientos pre-pictóricos que tanto defendían ‘artesanos’ como Henry Peach Robinson o Gustav Rejlander.

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Alvin Langdon Coburn
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Alvin Langdon Coburn

En 1912 Coburn se instaló definitivamente en Inglaterra. Por aquel entonces su fama como retratista (Hombres insignes 1913-1922) y fotógrafo de exteriores era sobradamente reconocida. Las propuestas estilísticas estaban cambiando. El pictorialismo se hundía, surgiendo nuevas corrientes como la fotografía directa.

No fue el caso del bostoniano, que a diferencia de su compañero Alfred Stieglitz (claro exponente de la fotografía directa) decidió atender la eclosión de las vanguardias, estableciendo un estrecho vínculo  sobre todo con el cubismo y la abstracción. Posicionando su obra en el vorticismo Langdon anhelaba dotar a sus obras de un dinamismo y una emotividad hasta entonces desconocida (como también ocurrió con pintores impresionistas como Degas) creando un axioma que ha servido para asentar las bases de la fotografía desde un punto de vista compositivo casi 100 años después (Vortographies, 1916-1917).

Las vortografías del autor eran elaboradas a partir de un juego de espejos que le permitían, a modo de caleidoscopio obtener planos y perspectivas hasta la fecha ignoradas.